Por la industria de la limpieza, las ecocertificaciones son muy importantes. Proporcionan una medida cuantificable del impacto medioambiental de un producto, desde su fabricación hasta su eliminación. Las ecocertificaciones permiten a los responsables de las empresas tomar decisiones que sean consistentes con sus objetivos de sostenibilidad y con las expectativas de sus clientes.
La reputación de las etiquetas ecológicas ha crecido hasta convertirse en un punto de referencia para los consumidores.
Las más conocidas son EU ecolabel (la flor de la UE, 1992), Cradle to Cradle, Nordic Swan y Blue Angel (1978).
Alcanzar una ecocertificación es un proceso muy costoso para los fabricantes. Esto ha dado lugar a cierto oportunismo, con la aparición de productos y servicios que afirman ser «verdes» o «eco». Muchos de ellos no cumplen con los requerimientos medioambientales, ni de calidad que dicta la UE para disponer de ecocertificación, dando un mensaje engañoso al usuario final. Es lo que actualmente se conoce como Greenwashing.
Para remediar esta situación, el pasado mes de enero, el Parlamento Europeo aprobó una nueva ley que prohíbe el “greenwashing” y la publicidad engañosa sobre productos. Esto significa, que a partir de ahora, los productos y servicios que se presenten como climáticamente neutros, biodegradables, ecofriendly, eco… tendrán que presentar pruebas que lo demuestren.
Si bien son productos que reducen los efectos ambientales adversos en comparación con otros productos, en el momento de su implementación, a menudo se encuentra un freno inesperado. Se trata del factor humano. La transición ecológica es un proceso racional, pero también emocional. El tipo de usuario suele ser veterano, con un criterio muy interiorizado de cómo realizar las labores de limpieza y muy sensible a los cambios. Por ello, es necesario poner en el centro de todas las acciones de comunicación al “cliente interno”. Si éste compra el proyecto, se convertirá en el máximo promotor del mismo.
Como conclusión final, la transición ecológica es un proceso lento que requiere una voluntad firme por parte de los gestores de las empresas. Implementar un nuevo sistema, máquina o producto no tendrá un efecto milagroso, habrá que realizar un seguimiento, contar con asesoramiento y formación continua dado que el equipo humano tiene una alta rotación y sobre todo, hábitos y resistencias a evolucionar.